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domingo, 12 de enero de 2014

Rafflesia Arnoldii - Raflesia

Las selvas tropicales y húmedas de Borneo y Sumatra, situadas en el archipiélago de Indonesia, encierran una de las maravillas de reino vegetal que se caracteriza por su llamativa y enorme floración: La Raflesia. Se trata de una planta parásita que subsiste a costa de unas raíces perforantes y tuberosas llamadas haustorios que, a su vez, contienen un gran número de raicillas duras y finas que forman un conjunto llamado Rizomatoide que se encarga de robar a las plantas huéspedes (principalmente Cissus y otras especies arbóreas tropicales) el agua y los nutrientes necesarios para su desarrollo. El fétido olor que desprende la flor y su particular belleza le ha valido exhaustivas investigaciones, y está en peligro de extinción por la incesante deforestación que sufren las selvas en las que vive.

Esta planta no posee ni raíces, ni tallo ni hojas (como sucede con todas las plantas parásitas), siendo la gigantesca flor la única parte visible. Esta extraña planta sólo dispone de una especie de sistema radicular subterráneo formado por raíces gruesas y largas que perforan el tronco y las raíces de los árboles que parasita y que, con la ayuda de raicillas más finas y pequeñas, se introducen en los vasos de la planta huésped para extraer la savia elaborada rica en agua y nutrientes esenciales necesarios para su desarrollo. Este conjunto subetrráneo de anclaje se denomina Rizomatoide. La flor, que sólo aparece cinco o seis veces durante toda la vida de la planta, consiste en una estructura carnosa formada por cinco lóbulos circulares, gruesos, colgantes y de color rojo intenso con motas blancas que rodean una especie de caldera circular hueca que contiene abundantes estambres y pistilos necesarios para su reproducción. Esta vistosa estructura, que puede pesar 11 kilogramos y medir hasta 1 metro de ancho, se caracteriza por emitir un fétido olor a carne podrida y, además, por generar calor, la cual cosa le permite hacerse pasar por un cadáver en descomposición para atraer a las moscas carroñeras que son las encargadas de polinizarla durante los cinco o siete días que dura. La planta produce unos frutos rojos y redondeados que constituyen la alimentación básica de algunos animales selváticos.
La Raflesia sería una excelente planta ornamental si no fuera por su pestilente olor a carne podrida, por lo que muy pocos se atreven a cultivarla. Sin embargo, se trata de una planta muy exigente y delicada que requiere determinadas condiciones intachables para prosperar. El cultivo de esta planta parásita implica sí o sí el cultivo de un árbol de gran tamaño, de larga vida, de raíces y troncos resistentes y sin reposo invernal ni quiescencia, cosas que perjudicarían seriamente la vida de la Raflesia. Cualquier especie de árbol tropical puede ser parasitado por la Raflesia (Mangos, Rambutanes, Duriones, Limas, Cissus, Araucarias, Baobabs y muchos otros), aunque es necesario cultivar cualquiera de estos árboles durante años para lograr que tengan un buen tamaño y una salud muy fuerte (es necesario abonarlos periodicamente) para evitar problemas sanitarios derivados de cualquier ataque parasitario. Para iniciar el cultivo se parte de un árbol adecuado (puede ser uno de los citados anteriormente) de unos 15 o 20 años de edad, con un perfecto estado de salud y con un buen sistema de raíces principales y adventícias. La Raflesia no tolera en absoluto el frío ni las heladas (la temperatura debe ser, como mínimo, de 18 ºC), y aunque no se den estos extremos, hay algunos árboles que detienen su metabolismo en estos casos, lo que produciría la muerte de la planta al no poder absorber nutrientes durante la parada vegetativa (La Raflesia no conoce un periodo de reposo o quiescencia invernal). La temperatura debe mantenerse siempre entre 25 y 30 ºC (cuanto mayor sea la temperatura, más agua necesitará), y la humedad constante en torno al 80%. Un nivel de humedad ambiental menor al 70% hace que la flor se seque y se inhiba este proceso, por lo que conviene pulverizarla a diario cuando esté presente. El suelo debe ser muy suelto, estar muy aireado y ser bastante ácido (pH entre 5 y 6); No soporta el encharcamiento ni las concentraciones elevadas de caliza, cosas que acaban con su vida. El tipo de suelo lo determinará la especie arbórea que le sirva de huésped. Esta planta no realiza la fotosíntesis, por lo que puede sobrevivir en lugares totalmente faltos de luz solar que, además, puede quemar la flor si es demasiado intensa y si la temperatura es demasiado elevada: Es imprescindible que la flor se desarrolle en sombra permanente o que, como mucho, disponga en la parte superior de abundantes y tupidas copas arbóreas que tamicen cualquier exceso de sol. No es necesario fertilizar ya que los nutrientes los obtiene del árbol que parasite. En resumen: La salud y el esplendor de la Raflesia son directamente proporcionales al estado de salud de su huésped, por lo que conviene cuidar a éste de la mejor forma posible para garantizar la supervivencia de esta planta parásita. Es imposible cultivarla en el exterior excepto en zonas ecuatoriales o con inviernos cálidos en los que la temperatura no baje de los 20 ºC. Como no toleran la iluminación intensa y requieren una elevada humedad ambiental, el único modo de cultivarlas en zonas de inviernos suaves, fríos o con heladas es en un invernadero climatizado.
La Raflesia es una planta que sólo puede cultivarse en estanques tropicales que cuenten con árboles de gran tamaño en sus cercanías. Hay que evitar que la planta pueda establecerse en los suelos más cercanos al agua para evitar que el Rizomatoide se encharque y, por consiguiente, se pudra. La enorme y vistosa flor otorga un llamativo toque rojo a cualquier conjunto ornamental, aunque su insoportable olor desanima mucho a los aficionados a los estanques.
La Raflesia se puede propagar mediante semillas o por división del rizomatoide. Las semillas deben sembrarse de immediato nada más desposeerlas de la pulpa del fruto ya que su poder germinativo se pierde muy pronto. Se entierran en una mezcla compuesta por una parte de turba y otra de vermiculita, se humedece, se cubre con un plástico transparente y se mantiene a unos 25 ºC de temperatura de forma constante. Se puede ir mirando bajo la mezcla si ha ocurrido la germinación, algo que suele ocurrir en algo más de dos o tres semanas. Cuando la estructura rizomatosa mida unos cuatro o cinco centímetros se puede enterrar en su lugar definitivo (para hacerlo hay que excavar en el suelo hasta descubrir alguna de las raíces del árbol que hará de huésped, situar ahí el rizomatoide germinado y cubrirlo todo con tierra). La división se puede realizar en cualquier momento del año, y consiste en retirar un pedazo del rizomatoide con mucho cuidado (pues se dañan fácilmente las raicillas absorbentes que se encuentran dentro de las raíces parasitadas) y enterrarlo en otro sitio usando el procedimiento descrito antes para las semillas germinadas. Las plantas obtenidas mediante semillas tardan unos 10 años en florecer, mientras que las obtenidas mediante división tardan algo menos de cinco en hacerlo.

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