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domingo, 2 de marzo de 2014

El suelo del estanque

Mantener un estanque interior o exterior es algo emocionante, suponiendo además un magnífico polo de atracción especialmente si está bien montado y mantenido. Sea cual sea su emplazamiento es muy recomendable decorar sus orillas con plantas naturales enraizadas en el suelo para aumentar su atractivo pero, al mismo tiempo, para conseguir una instalación más natural y colorida. En las orillas de un estanque se pueden plantar árboles, arbustos, hierbas y lianoides, y se pueden distribuir de distintas formas a lo largo de la orilla del agua según las preferencias de cada uno. Obviamente es más sencillo y efectivo el mantenimiento de plantas en estanques exteriores, pues en los interiores es necesaria la instalación de luz artificial muy potente (un mecanismo bastante caro) y las especies de plantas quedan limitadas por el simple hecho de que hay mucho menos espacio en una habitación que en un jardín descubierto. Los suelos naturales cercanos a un estanque suelen estar muy apelmazados, sarturados de agua de forma bastante superficial y, especialmente, muy poco aireados, por lo que sólo especies de plantas muy concretas pueden sobrevivir en tales condiciones, como las especies típicas de las zonas pantanosas (llamadas higrófitos) que mantienen las raíces permanentemente sumergidas bajo el agua. La elección de plantas vulnerables a los excesos de agua puede ser catastrófica en estos casos a menos que el suelo cercano al estanque tenga una cierta pendiente descendente hacia el agua que haga que el nivel freático sea más hondo de lo normal, condiciones en las que plantas vulnerables a los excesos de agua pueden prosperar. No obstante se pueden tomar ciertas medidas correctoras en lo referente al suelo del estanque para permitir sin problemas la supervivencia de plantas que, de forma natural, no podrían darse en estas zonas cercanas al agua. Entre estas medidas se pueden citar, por ejemplo, el aligeramiento del suelo, la creación de montículos, el relleno de hoyos con drenantes y las emmiendas modificadoras de la granulometría. En éste artículo se dan las principales ideas correctoras que se pueden aplicar en el suelo de los estanques con el fin de poder hacer viable la supervivencia de plantas sensibles a los suelos apelmazados y saturados de agua.
Algunos estanques naturales descansan sobre capas de arcilla, un tipo de suelo caracterizado por la medida extremadamente pequeña de sus partículas (inferior a una micra) y por su excelente capacidad de retención de agua. Este tipo de terrenos es excelente para el mantenimiento de un estanque ya que la impermeabilidad de la capa superficial evita la infiltración del agua al subsuelo evitando que se vacíe el estanque, evitándose entonces tener que instalar capas impermeables artificiales. Sin embargo, este tipo de suelo presenta el grave defecto de apelmazarse demasiado, creando condiciones de anóxia (falta de oxígeno) que favorecen el desarrollo de bacterias muy nefastas para las plantas terrestres (producen pudrición radicular) que, además, resultan asfixiadas al quedar las raíces permanentemente comprimidas en un entorno anaeróbico. Los excesos de agua propios de los suelos arcillosos aceleran los procesos de muerte vegetal al encharcar las raíces, que resultan muy sensibles. Se ha comprovado que, en suelos totalmente arcillosos y siempre mojados, las únicas plantas que pueden sobrevivir son las adaptadas a la immersión radicular permanente como el Paragüitas (Cyperus alternifolius), el Lirio acuático (Iris pseudacorus), las Espadañas (Typha spp.) y plantas palustres como las Anubias (Anubias spp.). A parte de estas pocas especies resistentes, el resto de plantas no toleran los suelos permanentemente mojados y excesivamente apelmazados, por lo que no se deben plantar en arcilla o barro.

 Los tres tipos principales de suelos presentes en el planeta. Segun las plantas que se deseen cultivar, es mejor uno u otro. De arriba a abajo: Suelo arenoso, muy suelto, excelentemente drenado y con nula retención de agua y nutrientes, suelo arcilloso, muy compactado, con gran capacidad de retención de agua y nutrientes pero escasamente drenado y suelo franco, una combinación de arena, limo y arcilla que supone la mejor opción para el cultivo de la gran mayoria de plantas.

Sin embargo, se pueden adoptar ciertas medidas correctoras para mejorar las condiciones extremas de estos suelos para conseguir la adaptación de las demás plantas ávidas de humedad. La solución más sencilla consiste en nivelar el terreno creando una pendiente más o menos pronunciada (del orden del 5%) hacia el agua y poner encima una capa de un metro de grosor de sustrato normal de jardín, aren a fina, limo o, mejor aún, una mezcla de la arcilla extraída (decapado) y arena gruesa en la proporción adecuada. La mezcla de arena debe realizarse en fases, es decir, tomando pequeñas partes de arcilla y arena y mezclarlas enérgicamente. Si se hace con todo el volumen a la vez, la mezcla quedará demasiado ligera en la superfície y demasiado arcillosa en el fondo, lo que supondría un esfuerzo inútil. Es muy recomendable ir comprobando la consistencia de la mezcla realizada agregándole agua: Si se suelta con demasiada facilidad, la cantidad de agua retenida sería demasiado pequeña, lo que produciría el secado de las raíces adventícias y la posterior muerte de las plantas, y si no se suelta o lo hace con demasiada dificultad la retención de agua sería lo bastante grande para pudrir las raíces. Los mejores resultados se obtienen con mezclas que no lleguen a formar una bola al mojarse. La proporción de arena a usar varia en función de su granulometría, pero en general se puede usar, para el mismo tipo de arcilla, un 50% de arena gruesa (más de 6 mm de granulometría), un 70% de arena de grano fiuno (entre 1 y 6 mm de granulometría) y aproximadamente un 90% de arena muy fina o limo (menos de 1 mm de granulometría). No todos los tipos de arena son adecuados para cada caso: Para terrenos que vayan a albergar plantas acidófilas (Gardenias, Azaleas, Rododendros, Grevilleas, Camelias, ...) hay que usar arena a base de pizarra o granito, que son rocas neutras que no alcalinizan el suelo en vez de piedras calizas. Tanto si se usa tierra normal de jardín como mezclas de decapado y arena es muy recomendable afianzar el suelo con geoceldas o Krainers, que son estructuras a base de plástico y de formas hexagonales que se clavan al terreno mediante estacas de hierro o enrejados de troncos naturales resistentes a la pudrición que se atan mediante sogas gruesas (Krainers de madera de Castaño). Tambien se pueden usar georredes (o geomallas), que son entramados de hierro o plástico semejantes a vallas que se sujetan al suelo mediante cuerdas o estcas de hierro o madera. Tambien se pueden usar geotéxtiles, unas estructuras de sujeción fabricadas con fibras de Coco o de Yute muy entramadas que ofrecen un buen punto de estabilidad para las raíces de las plantas y que, al mismo tiempo, ofrecen una cierta estabilidad al suelo. Al ser entramados naturales, los geotéxtiles y los kraniers se pudren con el tiempo y desaparecen, abonando el suelo y mejorando su fertilidad. Otras estructuras de sujeción de suelos son las vallas a base de troncos de Álamo y Castaño que contienen los corrimientos ocasionales del suelo y los jaulones, que consisten en cajas hechas de enrejados de acero inoxidable que contienen suelo y algunas hierbas. Los jaulones tienen una función más estética y constructiva que de sujeción, y se usan básicamente para confeccionar muros urbanos o escaleras más o menos naturales. Para un estanque ornamental es mejor usar estructuras que no sean visibles para evitar malos efectos estéticos, siendo las geoceldas, los geotéxtiles y los krainers los más adecuados. La plantación de árboles y arbustos no es recomendable en suelos recién construidos debido a su inestabilidad inicial, por lo que es mejor afianzar las capas superficiales sembrando una gran cantidad de plantas herbáceas de crecimiento muy rápido que, con su sistema de raíces, fijen el suelo superficial de forma más efectiva. Para obtener los mejores resultados es mejor sembrar estas hierbas durante dos años seguidos antes de implantar los árboles y arbustos. Se puede aprovechar el presembrado para incrementar la fertilidad del suelo plantando leguminosas anuales (Judías, Guisantes, Habas, ...) que enriquecen con nitrógeno los suelos en los que crecen. El proceso de nivelado es imprescindible en suelos muy impermeables ya que si son demasiado planos el agua no se escurriría y las capas de suelo superiores quedarían anegadas de agua, por lo que todo el trabajo hecho habría resultado totalmente inútil.


Cuatro tipos de estructuras de sujeción y fijación de suelos inestables en pendientes. Son baratos y sencillos de instalar, aunque algunos de ellos son fácilmente movibles y extraíbles, anulando así su efecto estabilizador. De arrinba a abajo: Krainer de tronco natural, geomalla triangular de plástico termoestable, geored básica y geotéxtil de fibra de coco.

Puede darse el hecho de que el suelo externo al estanque sea totalmente arenoso, en cuyo caso no retiene suficiente cantidad de agua ni nutrientes para abastecer el sistema radicular de las plantas, lo que a la larga desemboca en problemas de estrés hídrico y carencias nutricionales y en la muerte prematura. Los suelos arenosos se caracterizan por su cantidad casi nula de materia orgánica, algo que puede resultar fatal para muchos vegetales. En tales casos se suele emmiendar el suelo, es decir, mezclarlo con un material lo bastante fino y con capacidad de retención de agua, nutrientes y materia orgánica para mejorarlo. Entre los materiales más usados para este fin se encuentra la arcilla normal y corriente (puede recogerse en las orillas de los pantanos y estanques naturales), el estiércol de Vacuno o de Equino (poco higiénico pero muy bueno para mejorar la fertilidad del suelo), los excrementos de Cerdo (muy efectivos para mejorar la fertilidad aunque muy contaminantes si no se tratan antes de emplearlos), los lodos obtenidos en la depuración de aguas (se pueden obtener en cualquier depuradora de aguas residuales y deben tratarse antes de su uso) y el compost normal y corriente que se vende en cualquier jardinería o bazar común. Para evitar futuros problemas es muy recomendable mezclar, en la misma proporción, todos estos ingredientes con el suelo. La mezcla debe realizarse de forma homogénea en el primer metro de grosor (o en los primeros 50 centímetros) y removiéndolo todo muy bien. Es recomendable ir comprobando el apelmazamiento del material mezclado que se obtiene mezclándolo con algo de agua. Cuando el suelo se desmenuce antes de convertirse en una pelota, la mezcla está lista para usarse como suelo de jardín. Si el suelo presenta pendientes acusados (de más del 5%) es muy recomendable extraer los primeros 50 centímetros de arena, colocar uno de los mecanismos de retención y estabilización definidos anteriormente y verter la mezcla sobre este soporte. Para afianzar el nuevo suelo se deben sembrar, durante los primeros dos años, hierbas anuales y de crecimiento rápido. Si el suelo cercano al estanque es lo bastante plano basta con realizar esta última operación ya que el riesgo de corrimientos es casi nulo.
Distintos tipos de materiales orgánicos usados para la mejora de los suelos arenosos. De arriba a abajo: Compost obtenido mediante la trituración de restos orgánicos diversos, estiércol y lodos de depuradora tratados. Los tres tipos de materiales mejoran mucho la capacidad de retención de agua y nutrientes y la fertilidad de cualquier suelo arenoso.

Si el suelo del estanque tiene una textura franca (la ideal para el desarrollo de la mayoria de plantas ornamentals) pero además de ser totalmente plano está permanentemente saturado de agua debido a su poca elevación por encima del nivel del agua no resulta adecuado para el cultivo de muchas plantas debido a las pudriciones producidas por los excesos continuos de agua. En este caso se pueden tomar tres medidas: La nivelación del suelo (darle una cierta pendiente descendente hasta el agua) y su estabilización mediante los sistemas de anclaje citados al principio del artículo, la construcción de montículos aislados y lo bastante altos para hacer más profundo el nivel freático y la colocación de macetones y contenedores sobre el mismo para evitar el encharcamiento de las raíces. La primera medida es, de lejos, la más cara y costosa ya que supone remover grandes volúmenes de suelo, cosa que puede afectar a su estado al destruir los agregados y compactarlo en exceso. La segunda medida, mucho más barata y sencilla, consiste en apilar tierra en un lugar determinado dándole la forma de un pequeño monte o terraza encima de la cual se dispone una planta determinada. Este hecho permite aumentar la profundidad del nivel freático (de 10 centímetros a más de 50 por ejemplo) por lo que se posibilita la vida de plantas que no toleren los excesos de agua de forma continuada. Hay que tener cuidado al apilar la tierra para evitar la destrucción de los agregados y la compactación excesiva. Si en las pendientes de estos montículos se siembran herbáceas tapizantes de pequeño tamaño se puede obtener un precioso efecto decorativo. La tercera medida es, sin duda, la más barata y sencilla de implementar, y consiste en disponer, sobre el mismo suelo del estanque, macetas y contenedores corrientes, llenarlos con tierra normal de jardín y poner en ellos una o varias plantas sensibles al encharcamiento de las raíces. Esta solución presenta, sin embargo, el defecto de ser poco estética dada la imposibilidad de ocultar muy bien los contenedores, aunque tambien es cierto que pueden desplazarse (con más o menos dificultad) de un sitio a otro permitiendo variar la decoración de vez en cuando.

En la foto superior puede observarse una Cycas revoluta en una maceta y en la inferior, un montículo de tierra justo al lado de un estanque. Ambos sistemas permiten evitar los encharcamientos de las raíces al aumentar la profundidad del nivel freático, aunque los montículos resultan una opción más estética que las macetas.

Para finalizar este escrito mencionaré una última técnica de mejora de la calidad del suelo muy usada en el caso de los suelos arcillosos: La construcción de tubos de drenaje y hoyos conectados a los mismos. Se trata de una solución muy cara ya que supone tener que remover la tierra, darle forma e instalar los conductos por los que se escurre el exceso de agua, estructuras que necesitan materiales plásticos especiales, pero es sin duda la táctica más efectiva para evitar los excesos de agua en suelos arcillosos ya que todo el excedente de agua que cae sobre el mismo se escapa a otro sitio mediante estos conductos, con frecuencia a balsas de almacenaje de agua que puede usarse para el riego de las plantas en periodos secos. Justo al inicio de estos tubos se puede excavar un hoyo en forma de embudo, llenar éste con sustrato adecuado y poner encima alguna planta. Es una solución muy estética y que facilita la recogida de agua al funcionar como una cuenca de recepción (similar a un torrente de montaña). En estos casos hay que tener cuidado ya que es posible que las raíces de la planta que esté en el hoyo obstruyan el agujero de recolección del agua inhabilitando los conductos. La tierra del interior del hoyo no debe apelmazarse demasiado para evitar que el agujero se obstruya. Para evitar estos inconvenientes es suficiente instalar, en la zona inferior del embudo, una red rígida y con agujeros lo bastante pequeños para evitar el paso de tierra y raíces al conducto pero, al mismo tiempo, permitir que el exceso de agua que caiga sobre el suelo vaya a parar al conducto sin problema alguno.
En la primera fotografía puede observarse un determinado modelo de tubo plástico de drenaje (pueden ser de piedra y su diámetro varia entre menos de 10 centímetros y más de 1 metro). En la fotografía del medio se puede ver una fase del proceso de instalación de los tubos en el suelo (hay que evitar poner demasiado peso sobre ellos para no estropearlos) y en la fotografía inferior se puede distinguir un tubo de drenaje en funcionamiento (en la zona inferior de la fotografía, donde se puede ver claramente la zona de colección del exceso de agua del campo de cultivo del que la coge.


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